domingo, 29 de julio de 2012



Es una novela corta de la historia política latinoamericana, liderada por muchos políticos. Muchas partes de América Latina siguen regidas por un profundo sentido pueblerino donde los amos de las haciendas ahora son empresarios o presidentes y las instituciones locales, nacionales y regionales los nuevos mayorales que protegen los intereses de estos a conveniencia.


Finalizando la década de los cuarentas, el crítico salvadoreño Gilberto González y Contreras escribió: “no es el de Honduras clima propicio a la novela, que no tiene ascendencia ni continuidad.” Una especie de punto muerto que negaba tanto el pasado como el futuro del género en el país. El eco de estas palabras todavía resuena en distintos ámbitos culturales, inclusive dentro del propio país. El “En Honduras no hay novela”, es un eco lejano de tales palabras que la historia se ha encargado de echar por tierra.


En Honduras, la entrada de los escritores al campo de la novela fue tardía. Condicionamientos adversos de toda índole atrasaron su desarrollo. Pero no lo impidieron. Algunos escritores y escritoras —coincidiendo con la apertura educativa impulsada por el régimen liberal de Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa— iniciaron el camino. Desafiando las limitaciones del medio, a fines del siglo XIX, se dieron a la tarea de pergeñar historias. Las perecederas páginas de periódicos y revistas les dieron el primer albergue.


Es inobjetable que esa fue una etapa de balbuceos narrativos, tal como lo ilustran los primeros textos de Lucila Gamero de Medina (Amelia Montiel, 1892; Adriana y Margarita, 1893 y Páginas del corazón, 1897) o el elemental trabajo de Angelina (1898) de Carlos F. Gutiérrez. Inclusive, andando el siglo XX, tampoco se abrió camino extra fronteras. Pero, en el proceso de desarrollo, lentamente, la novela ganó presencia y seguridad.


Actualmente, podemos hablar de un número aproximado de cien autores y autoras de textos novelísticos que, en conjunto, contabilizan alrededor de ciento setenta y cinco obras.
Se han mencionado porque representan manifestaciones del proceso de construcción de la narrativa hondureña. Ejemplifican las inquietudes por las cuales ha transitado la novelística del país. Además, con sus deficiencias, han detectado una llaga social, han palpado una tumefacción existente y, en forma abierta o leyendo el mensaje entrelíneas, han señalado un camino a seguir, una opción factible hacia la posible utopía de realización plena de lo humano.


La novela es el gran género del siglo XX. El de precario inicio en Honduras, pero de lenta y segura maduración. El que, con solvencia, actualmente, puede exhibir una serie de nombres cuyos trabajos no tienen nada que envidiarle a lo mejor que se ha hecho en las regiones vecinas. En sus nombres más destacados ya no hay balbuceos. Con sentido profesional saben que, sin técnica, sin dominio del instrumento verbal, sin ofrecer perspectivas novedosas y de acuerdo con el pulso del mundo, no hay perdurabilidad.




Este Movimiento tuvo su auge en el Regionalismo, también se atribuye como primera Novelista a Lucila Gamero de Medina, aunque ya existían otros escritores, pero es que cabe recalcar que en el romanticismo se asociaba a la poesía, y entonces los escritores eran más bien poetas en lugar de novelistas.  





En 1908, hace ya cien años, una joven mujer, Lucila Gamero de Medina, se consagró como la primera novelista en Honduras al publicar  "Blanca Olmedo", una de las obras más leídas por los hondureños de todos los estratos académicos y sociales. “Blanca Olmedo" es una novela romántica, cuyo sentimentalismo no le impide retratar conflictos fundamentales en la sociedad hondureña de inicios del siglo xx. Por ello Blanca Olmedo, la protagonista, es portavoz de agudas críticas al sistema de justicia (o injusticia) imperante en el país, así como a la hipocresía de algunos representantes de la Iglesia católica y la influencia nefasta que ejercían en la sociedad, las familias y las mujeres en especial.


Lucila Gamero de Medina nació en Danlí, El Paraíso, el 12 de junio de1873 y murió en su ciudad natal el 23 de enero de 1964. Su obra, "Adriana y Margarita", es considerada como la primera novela publicada en Honduras. De ella, Froylán Turcios dijo: "Es la mujer de más talento que posee Honduras, y éste es su mejor elogio tratándose de un país donde no hay mujeres tontas…".


Los factores históricos que dan una nueva tendencia hacia la novela Hondureña se da a partir de 1960 con la nueva novela Latinoamericana en donde los escritores Hispanoamericanos comienzan a hacer conocido como grandes Novelistas como: García Márquez, Carpentier, Vargas, llosa, etc.


Estos escritores impulsaron a una nueva novela escrita sobre todo en Latinoamérica, renovando la temática en donde los escritores Hondureños empezaron a sentir los cambios donde se empezaron a nutrir de 3 cosas:



Ø Lo  que él ha vivido.
Ø Lo que ha experimentado.
Ø Lo que ha leído.


Acontecimientos históricos y sociales que cambiaron la literatura Hondureña


Ø La explotación por parte de compañías extranjeras.

Ø Dictadura de Carias.                                           

Ø Guerra entre Honduras y El Salvador.

Ø Masacre de los Horcones.

Ø La huelga del 54.

Ø Dictaduras Militares.


Características literarias de la novela tradicional Hondureña


Ø Tendencia al idealismo “Amoroso”.

Ø  Insatisfacción con la realidad Nacional.

Ø Ambiente pueblerino, generalmente.

Ø  Protesta Social contra las compañías extranjeras.

Ø  Punto de vista de primera y tercera persona.

Ø Técnica tradicional.

Ø  Lenguaje real (folklórico)



Conclusiones

vEl canon romántico, dentro del cual nace la novelística hondureña, es persistente y se mantiene a lo largo de la pasada centuria. Lo inicia Lucila Gamero de Medina y lo sostiene, hasta bien entrado el siglo XX, Argentina Díaz Lozano. Con Froylán Turcios —que apuntala su expresión mediante la sabia asimilación del modernismo— el romanticismo incursiona, con buen pie, en el universo de la literatura fantástica, ese brumoso y ambiguo mundo que, con las sutilezas de la duda.


vLas escritoras y escritores hondureños, casi sin excepción, han hecho de la novela un instrumento de reflexión, de búsqueda de sí o de la problemática social. Esto puede aplicarse tanto a los que han dirigido sus preocupaciones a temas fantásticos, aparentemente evasivos (Froylán Turcios), como a aquellos que, en una lectura parcial o superficial, parecieran no haber rebasado la órbita sentimental y romántica (Lucila Gamero y Argentina Díaz Lozano). Desde los iniciales textos de arquitectura novelística deficiente, pero de honda raigambre social y humana.


vSus manifestaciones son amplias y caminan a lo largo del siglo recién finalizado. La preocupación indigenista en Ángel Porfirio Sánchez (Ambrosio Pérez, 1960). La apasionada reflexión sobre el binomio civilización-barbarie en Marcos Carías Reyes. La amplitud totalizadora del todavía no bien comprendido Carlos Izaguirre.


vLa explotación obrero campesina y su cauda de violencia cotidiana (salarios de hambre, barracones, insalubridad y muerte). La voracidad extranjera y su indispensable soporte en el servil entreguismo de políticos corruptos. El aparato militar al servicio de terratenientes y corporaciones transnacionales. Los artilugios legales que profundizan la extracción y el saqueo. El descontento y la respuesta popular.


v El sufrimiento y la devastación provocados por las guerras civiles en cincuenta años de la historia, recorren las páginas de la novela hondureña. Desde el casi desconocido fragmento “La cacería del hermano” (1925) de Froylán Turcios, hasta llegar a Biografía de un machete (1999) de Ramón Amaya Amador.



La denuncia contra la expansión imperialista constituye un rubro destacado. Desde el descarnado realismo social con el cual Ramón Amaya Amador enfrenta el infierno verde de las bananeras (Prisión verde, 1950), a los textos de Julio Escoto remozados con la incorporación del mundo de la cibernética.


vLa relación entre el hombre y su entorno tampoco ha sido olvidada. César Rodríguez Indiano poniendo el dedo en la llaga del falso ecologismo y denunciando a criminales consorcios industriales, en labor de acelerado exterminio del lago de Yojoa y de las costas hondureñas.



vEl número de las mujeres novelistas es nimio. De los autores estudiados sólo doce dejaron una obra completa. Un dato que proclama una situación de preocupante marginalidad (¿o auto-marginalidad?) en razón de género. Sin embargo, la iniciadora de la novela fue: Lucila Gamero de Medina. Este hecho, a pesar de las pruebas documentales, se ha negado o soslayado en diversos estudios sobre la literatura hondureña. Pero ella no sólo fue pionera. Su continuado trabajo la convirtió en una de las autoras más prolíficas del país.


vCon mayor o menor acierto, las escritoras y escritores hondureños han cubierto casi todo el espectro de las diversas modalidades novelísticas. 


















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